Una oda a la terquedad, el orgullo, la necedad y la falta de empatía, eso es lo que puedo decir a breves rasgos de una película que toca las fibras sensibles del conflicto palestino.

Antes de continuar quiero dejar en claro que entiendo y empatizo con el dolor que la gente de ambos lados ha sufrido, comprendo que el conflicto tiene raíces históricas que atraviesan la identidad, la política, las creencias desde hace muchos siglos, dicho eso también quiero dejar en claro que soy un ingenuo creyente que el diálogo solo puede llegar cuando dejamos de lado el orgullo y esa necesidad de mostrar al otro y a nosotros mismos que podemos demostrar nuestro poder y superioridad.

Y de eso trata la película, un insulto dicho en el momento menos oportuno, un orgullo tatuado en sangre que no deja que aquel que debe, y sabe que debe disculparse lo haga y que aquel que sabe que puede disculpar sin necesidad de llegar a la violencia no lo hace porque no quiere sentirse débil.

Tal insulto escala a niveles tan absurdos que si no fuera conocida la situación de Medio Oriente, de Palestina especificamente, podríamos pensar que el guión raya en lo cómico, pero la realidad es que un lugar tan desquebrajado por la guerra y el ataque entre unos y otros, ese absurdo es la realidad del día a día.

La fotografía es sublime, la escenografía está muy bien orquestada y los diálogos son tan certeros que a momentos se podría pensar que fueron sacados de archivos reales, hay momentos que para aquellos que no estamos involucrados pueden parecer graciosos, pero si nos detemos un poco y tratamos de ponernos en los zapatos de la gente que vive ese conflicto podremos ver que tales momentos, diálogos, frases o incluso gestos pueden ser el desencadenante de conflictos sangrientos, y no estoy exagerando.

El final? a mi me dejo una esperanza de que algún día todos podamos dialogar sin querer matarnos entre nosotros.